martes, 12 de julio de 2011

Manual del usuario para tirarse un pedo en la iglesia


Arranco estas líneas por el título, algo que generalmente está mal, sobre todos para aquellos que se hacen los bolcheviques de la construcción literaria. O para los fana de Arjona.
Lo cierto es que ya estoy obligado a enseñarle a usted, mi querido lector amigo, la forma correcta de proceder para expulsar un flato en algún tiempo religioso.
Antes que nada debo hacer ciertas salvedades. La primera es que lo que sigue hace referencia a cualquier tipo de templo; las reacciones que genere su sonoridad anal depende del credo que practique y, por lo tanto, las reacciones provocadas formarán automáticamente parte de lo posible. Por otro lado, los datos que esgrimiré han sido debidamente estudiados en mi organismo y todos los puntos a seguir fueron chequeados por las autoridades competentes.
En primer lugar, para lograr un determinado nivel de volumen en el interior de la casa del Señor, es necesaria una completa relajación. Para llegar a ella piense en un río, en Armando Tejada Gómez o en un masaje practicado –no sin cierto esfuerzo- por Pochito Perón.
A continuación, y luego de haber comido los alimentos que más favorecen a la expulsión de gases (lechuga con mortadela, helado de caracú, polenta con yogurt o la infalible boloñesa con dentífrico), se recomienda tirar la cabeza hacia atrás como si lo que quisiéramos fuera acercarnos a Dios con una plegaria. La función de esta maniobra es solamente para despistar a los más cercanos feligreses, ignorantes de los que le acontecerá en unos instantes.
Usted sentirá cómo las tripas danzan mágicamente en su vientre, reconociendo los espacios ocultos de su abdomen, jugando a tientas con la bilis del éxito y preparándose para ser el alma de la fiesta durante algún rezo.
El pedo ideal para este tipo de momentos no se lo elige: se lo reconoce desde un plano prenatural. La materia le dirá cuál es el elegido, aquel sometido a los más estrictos estándares fisiológicos de selección.
Es en ese momento cuando usted, presa de una epifanía intestinal sin precedentes, deja todo el trabajo a la baja musculatura que, experimentada en el acto de cagarse encima, hará todo el trabajo para usted.
Después de rajarse el orto de esa manera en un templo, su vida cambiará para siempre. O no.

La gente lo huele

Un dato clave: no dormirse en los laureles, saboreando el placer fisiológico. No, craso error. Lo que debe hacer es abrir bien los ojos, estar atento a lo que sienten los rezantes a su lado. Esperar la devolución.
Usted parió una criatura, hubo ruido, olores, comportamientos de su persona que imposibilitarán que pase desapercibido. Por ello, disfrute.
La cara de quien huele un flato ajeno es de una de las cosas por las que uno debe pasar en la vida. Pero no se deje avasallar por su éxito. Contemple en silencio, siéntase el más perfecto de los culpables. Vea cómo la vieja chupacirios que huele a talco indio intenta levantar un dedo hacia la nariz para mitigar su agonía. Advierta cómo el cornudo de adelante se revuelve en su asiento, prefiriendo arder en los mares de lava del Averno antes que experimentar tamaña experiencia sensorial. En líneas generales, cáguese en todo el mundo, sus entrañas lo merecen.